Anarquizados los partidos en la forma vista, fue imposible que existiesen mayorías estables en el Congreso. Se formaban, deshacías y reconstituían sin cesar. Los enemigos de ayer eran aliados hoy, y se enemistarían nuevamente mañana, que los ministerios subieran y cayeran con igual velocidad. Fue la “rotativa ministerial”, como decían entonces. Los diputados y senadores podían ser ministros, esa época, y esto ayudaba también a la “rotativa”: el parlamentario que no tenía cartera en un gabinete, propiciaba que fuese derribado, a ver si en siguiente se la daban. Los chilenos hablábamos con ironía de la “la crisis de la bandejas” es decir, en carrozas a las celebraciones oficiales, y una posibilidad de tal lucimiento agudizaba el interés por ingresar al ministerio. Estando próximo Septiembre, así, era de mayor probabilidad que cayera el gabinete.
Frecuentemente se ponían todos, o muchos, de acuerdo para hacer que renunciara un ministerio, pero después, en la disputas de las carteras, se desintegraba la flamante mayoría. El gabinete renunciado quedaba en funciones provisoriamente, como “dimisionario”, y transcurrían semanas y meses antes de otro pudiera definitivamente reemplazarlo.
De este modo, por ejemplo, desde 1891 hasta 1920 hubo en Chile 44 distintas personas que fueron ministros de Relaciones Exteriores; 55 que fueron Ministros de Hacienda; e igual número que fueron Ministros del Interior. Los gabinetes duraban promedio 4 a 6 meses cada uno. En el período más delicado de la discusión de límites con Argentina, entre 1895 y 1902 cuando estuvimos por lo menos dos veces al borde de la guerra, el país vecino sólo ministro de Relaciones Exteriores, y nosotros 15.
Chile se paralizó. Los subsecretarios mantenían funcionando la parte rutinaria del gobierno. Pero las grandes decisiones no se tomaban nunca, los problemas graves no se abordaban. Y aun en su tarea propia, dictar las leyes, el Congreso absorbido por el juego político de los gabinetes demoraba años y años.
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